viernes, 14 de octubre de 2011

Un diario reconfortante

Sergio y Ninia conversaban. Habían pasado exactamente 5 años desde que se conocieron, allá por aquella salida del colegio. Sentados en una bar/cafetería de Madrid, Sergio tomaba un Jack Daniel’s con Coca-Cola y Ninia se tomaba un Vermut. El repentino encuentro había sido casi como de película. Un choque fortuito entre ellos a mitad de la calle, había hecho que se reconocerían. Mientras recogían sus cosas a la desesperada, se vieron. Tímidamente, Sergio se aventuro a preguntarle si era aquella chica que conoció y solo pudo ver una vez en su vida. La respuesta no se hiso negar y en menos de un minuto, ya estaban tomándose algo y contándose todo acerca de estos 5 años que no se habían visto.
Sergio le conto todo. Le conto como volvió a España, como volvió a tener aquella vida que tenia y que la perdió. Le conto sobre sus amistades, de personas especiales para ellos. Le conto casi todo con pelos y señales. Le dijo que se había dado cuenta de que mucha gente tenia una idea muy halagadora sobre el, pero que en realidad la verdad era otra.
Ninia escuchaba muy atenta. De su bolso saco un pequeño cuaderno y le conto y mostro todas las anotaciones de amigos y amigas de su país natal de ambos; Perú.
Sergio le pregunto por todos. Ninia le conto todo, incluso la noticia mas trágica de todas. Su amigo de la infancia de Sergio, Javier, había muerto atropellado por un mototaxi.
Sergio agacho la cabeza y maldijo por lo bajo. La de cosas que había pasado con ese chico. Eran amigos casi desde que entraron en primaria. Que Sergio era el intelecto y Javier la fuerza. Sergio le ayudaba y Javier le defendía. Compinches para hacer las mas graves travesuras como para también ayudarse mutuamente. Pero el grado de estudios de Sergio y las notas hicieron que se separaran cuando empezaron el 1° año de Secundaria. Sergio viajo a España y nunca supo mas de su amigo. Ni siquiera cuando volvió. Hasta ahora.
Justo cuando Ninia le dijo que esperara por que iba un momento al baño, a Sergio le picaban los ojos. Era su amigo. Y nunca más lo volvería a ver.
Sergio cogió su copa y bebió hasta acabársela.
Ninia le conto sobre su vida en la universidad. De cómo sobrevivió pese a que sus padres le dieron la espalda. De cómo sus padres le consideraron inferior a sus propósitos. Pese a todo, salió adelante. Por si misma consiguió una beca y viajo a España. Ahora estaba delante de aquel chico que conoció por 1 día.
La tarde había caído y Ninia tenia que llegar a su piso en la calle Medina, del barrio de Vistalegre. Se despidió de Sergio y se fue.
Sergio, después de hacer algunas cosas, llego a su casa totalmente cansado. Cogió su maletín y volteo boca abajo. Cayeron un sinfín de libros, archivos, documentos y un cuaderno rojo. Sergio se echo a dormir sin darse cuenta de ese cuaderno rojo.

Habían pasado 1 mes desde entonces. Sergio se despertaba bostezando. Cuando por fin se despejo del todo, se le ocurrió leer un poco antes del desayuno. Se dirigió hacia su pequeña biblioteca y selecciono un libro. Hasta que se dio cuenta.
Había un cuaderno rojo. No se había dado cuenta de eso por que la asistenta se ocupaba de la limpieza del piso. Ignoraba de quién era ese cuaderno rojo. Lo cogió y vio que estaba duro. Parecía que nadie lo había abierto en un mes.
Sergio vio que se trataba de un diario. Lo abrió y descubrió el nombre: “Ninia Menéndez Ladera”
Le entro la vergüenza. Era el diario de su amiga. Sin previo aviso, leyó y leyó hasta llegar a la última pagina.
Decía:

Nadie, jamás, había logrado atravesar el muro tras el que me escondía, ese muro que fui construyendo poco a poco a partir del miedo que tenía a que el mundo me conociera y no le gustase lo que veía: a mí.
Tanto era así, que ni siquiera yo me conocía del todo, me juzgaba a mí misma antes incluso de tomar mis decisiones; sin embargo, siempre fui fuerte y cada vez lo era más. No dejaba que la gente me manipulara y esa fortaleza la escondía tras una máscara de niña inocente e ingenua. Es por eso por  lo que, tarde o temprano, acababa siempre sorprendiendo a la gente que me rodeaba y creía que me conocía.
Empero, llegó el día en el que me conocí verdaderamente a mí misma a través de que otra persona tardara exactamente un segundo en encontrar la piedra que sujetaba mi muro y la retirase, quedando así, al instante, mi alma al descubierto, desnuda y vulnerable ante él.
Esa persona a la que le estaré eternamente agradecida se llama…  (NOTA MÍA: Perdóname, pero no se me ocurrió ningún nombre para esto e ignoro el nombre de tu enamorado)
Él consiguió que al fin liberase un espíritu revolucionario que a saber cuántos años se había ido desarrollando a la oscuridad de la sombra de mi muro.
Despertó en mí el deseo de aventura, de libertad y una felicidad indescriptible que veía con otros ojos, MIS ojos, la vida.

La primera vez que lo vi había algo extraño. No era otro chico guapo. Escondía algo tras esa mirada. Era algo que iba más allá de todo lo que hubiera visto: era un brillo de curiosidad, de deseo por conocer realmente a las personas, era un atisbo de una belleza inimaginable, era el lugar por el que se asomaba toda la bondad que reinaba en su corazón.
Sí, lo vi y me atrajo en el primer momento. Pero no llegué a pensar que supondría ser una persona tan importante en mi vida. Sin embargo, comenzamos a hablar y a hablar y, como se dice, el resto es historia… Nos enamoramos perdidamente el uno del otro; conocimos el amor como muchos desearían y jamás podrán conseguir: éramos capaces de conseguir todo aquello que nos propusiéramos, tanto que cumplimos nuestros sueños.

Sergio se dio cuenta de que había marcas de lagrimas en las paginas. Siguió:

Al principio la distancia nos separaba, pero estábamos tan unidos que apenas se notaba.
Cuando nos veíamos, disfrutábamos el uno del otro y aprovechábamos cada momento.
Lo pasábamos en grande, además, con nuestro grupo de amigos. Era un grupo peculiar, porque nos dedicábamos a la escritura, a la música y a las películas.
Era un chico sorprendente: veía el lado bueno hasta en la persona más cruel, simplemente por lo que ya he mencionado: le gustaba conocer a las personas.
Rara vez se enfadaba aunque había noches que estaba un poco raro y nadie era capaz de sonsacarle qué le ocurría, ni siquiera yo.
Demostraba un cariño enorme hacia todas las personas y siempre daba abrazos (es una de las cosas que más me gusta de él).
Nos gustaba tumbarnos e imaginar historias, cuentos… Algún día nos escaparíamos y crearíamos un mundo nuevo: un mundo en el que se le diera más importancia a la cultura, el arte, la literatura, la Filosofía, la Historia, la música…

Sergio estaba perplejo. Le invadía una profunda culpa estar leyendo la intimidad de otros. Siguió:

Recuerdo nuestro primer beso con tanta fuerza... Le hice pasar mal, lo reconozco. Pero solía quería saber si me amaba de verdad.
Él me lo agradeció, lo necesitaba antes que un beso.
Después lo besé. Fue tan dulce que aún recuerdo su sabor, era un sabor especial, pues ningún beso sabe igual que los demás, ¿sabes?
Sí, vale, siempre hay una base que es el sabor de la persona a la que besas, pero luego hay factores variantes: el momento, la suavidad del beso o la pasión de éste, el lugar, si la otra persona te abraza o te acaricia, tu estado de ánimo y el suyo…
En fin, fue perfecto. También hay que tener en cuenta que éramos adolescentes y eso supone un saco de hormonas con piernas al que todo le afecta extremadamente. Y más si eres una chica sensible y romántica a quien el chico guapo y genial que tanto le gusta le besa.
Nos enamoramos pronto, rápido y mucho.
Mucho…

Sergio no aguanto mas. Cogió su ropa formal y salió disparado para la calle Medina. Cogió el metro hasta llegar al barrio de Carabanchel. Recorrió 2 calles y llego hasta el barrio madrileño de Carabanchel. Llego hasta el portal y toco cualquier timbre y entro. Subió hasta el 3° piso y toco el timbre del 3° C.
Le abrió una señora. Sergio le pregunto por Ninia. La señora negó con la cabeza y le comento que Ninia ya no vivía en la casa desde hace un mes. Sergio le pregunto por ella, hacia donde se había ido pero la señora no pudo responder.
Indago. Busco por todos lados. Pero no dio resultado.
Sergio estaba resignado. Nunca se llevo un recuerdo de su amiga y ahora ella se había ido. ¿A otra ciudad, tipo Barcelona? ¿Habrá regresado al Perú? Nunca lo supo.
Solo supo que este diario permanecerá en la biblioteca de su sala. Que reposara en la estantería mas alta de todas.
Como Sergio era escritor, escribió esto en uno de sus libros. Con una simple razón.
Esperaba que, algún día, Ninia leyera esto.
“Si es así  —  dijo Sergio para si mismo  —  No pienses que hice mal uso de nuestra amistad ni de tu intimidad. Solo quiero darte las gracias, por hacerme lo que soy ahora. Gracias infinitamente por darme esos consejos sabios. Gracias.”
Sergio hiso una copia del cuaderno y lo guardo en una lonchera. Lo enterró en una árbol cercano al lago del Parque del Retiro, en pleno corazón de Madrid.
Sonrió, pues algún día alguien también leería eso y quizá le encuentre un sentido a la vida.
A su vida…

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