Un
espectador abrió los ojos. Desde su punto de vista podía ver un gran circulo
blanco en el suelo y un cubo en medio. El espectador se acerco y, entonces, el cubo se abrió de
golpe, dando lugar a una marioneta con resorte. Pero no era normal.
La
marioneta se movía hacia delante y detrás. Pero cuando el espectador lo miro,
retrocedió. La marioneta era de un rostro alegre, pero al momento, el rostro se
afilo demasiado y la sonrisa se estiro mas allá de las orejas, en una mueca
grotesca. La sangre empezó a salir por los ojos de aquella marioneta.
El
espectador retrocedió y se dio la vuelta. Se detuvo en seco.
Un payaso,
con la misma mueca grotesca, lo miraba de pie. Su cabeza estaba girado 90°
hacia la derecha, apoyando la oreja en el hombro. De sus manos yacían tripas
humanas. La sangre manchaba cada centímetro del suelo. El payaso sonrió aun mas
y la carne de sus mejillas desapareció, mostrando todos los dientes.
El
espectador retrocedió y se encontró con otro payaso. De su cuello, salió una
marioneta pero cuyo resorte eran tripas humanas. Aquel payaso se arranco los
ojos. Su maquillaje era del mismo color de la sangre. De la cabeza de la
marioneta, estallo una parte y salió otra marioneta, mas grotesca que la
anterior.
El
espectador retrocedió pero resbalo.
Los payasos
se acercaban cada vez mas. El espectador retrocedía en el suelo, pero sintió
algo a su espalda. Era una cabeza de payaso gigante. Sonrió hasta que el
entrecejo llego a tocar la punta de su nariz.
El
espectador aparto a todos. Salió corriendo pero se topo con una cabeza de
payaso normal. Sonría alegremente. Pero cuando el espectador la cogió, la
sonrisa se ensancho, los ojos se tornaron terribles y la sangre empezó a emanar
de cada poro…
Mario
Sergio se despertó sobresaltado.
El chico,
quien solo llevaba puesto unos calzoncillos, se toco la cabeza con las manos,
temblando. A su lado, Andrea dormitaba como una niña. Mario palpo el suelo de
su cama y encontró una botella de agua. La abrió y bebió un largo sorbo.
Tras beber,
por fin la calma volvió hacia su corazón. Giro el cuello. El rostro angelical
de Andrea le alegro al chico, quien había pasado una mala noche. Mario se
levanto y salió de su habitación. Podía escuchar los ronquidos de su hermano en
la habitación de al lado y escuchar a su madre dormir en la habitación de ella.
El chico se
dirigió hacia el salón y salió a la terraza. A la edad de 17 años, Mario
todavía seguía con sus fantasmas de la infancia
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